15 de septiembre de 2013

CÓMO ENTERRAR UN CADÁVER

A veces creo que me mataste
y no he sabido darme cuenta,
como si tuviera todavía
cinco pasos antes de que explote
el corazón en mi pecho.

Mientras tanto sigo moviéndome,
soy un espíritu, casi un fantasma,
y sólo intento no deshacerme
a medida que me arrastro.

Sin embargo, sé muy bien
cómo disimular, cómo
hacerte creer que soy real
de carne y hueso, y puedes
agarrarme por la cintura
o de la mano.

Pero a mí no podrás encontrarme
porque ando perdida intentando
salir de la cárcel, tratando
de ocupar el cuerpo
que tú me destrozaste,
agarrar esta mente marchita
que sigue sin saber vivir.

2 de septiembre de 2013

Hasta el más tonto hace relojes

Era joven, muy joven, y me paseaba por círculos literarios con una poesía hecha en casa, con un portafolio con la cara de un payaso. A pesar de todo, me escuchaban, y yo dejaba que me empaparan con toda la experiencia y la vida de la década que me faltaba. Tenía el alma menos corrupta que ahora, pero ya la llevaba rota. De modo que, en cierta forma, vivía por y para eso, sobrevivía con las tertulias, con lo que hablaba con la gente, y también con lo que no hablaba. Como digo, he seguido los pasos, los tópicos, uno detrás de otro. Lo que sí es cierto, es que me agarré a eso como un clavo ardiendo y fui creciendo en eso. Todo era un yo poeta que no sabía que iba para científico.

Pasaron cinco años y me enfadé, me enfadé porque no quería ser el entremés de un ayuntamiento, o la excusa de una diputación, me cansé de la condescendencia. De los mentores que siempre te ven joven, y que siempre te ven mujer. Y me cazaron y me encerraron y pasé tres años en la cárcel. 

Cuando salí no recordaba mi nombre, no recordaba quién era. Me ha costado y me sigue costando reconocerme en el espejo a mi misma. Pero la poesía vino a mi otra vez como el punto de cordura. Con un verso más largo, con una historia más cruda, con el frío de tres años de soledad en la consciencia. Con una amalgama de malos sueños, de sucesos e historias para no contar. Y yo las contaba, después de escribirlas, después de comprenderlas. 

Y resulta, que habiéndome arrastrado por el barro durante tantos años, después de haber luchado a mi favor y en mi contra, después de haberme llevado la poesía a cada cloaca y tener mil cuadernos manchados, me siento a mirar y no soy nada. Durante mucho tiempo pensé que yo era mediocre, pero ahora sé que sólo era honesta. La adolescencia se me fue de las manos, al lado de mi casa, bajo la atenta mirada de mis padres. Nunca necesité aventuras para sentir ni para hundirme. Y escribo como terapia, como siempre. 

Los poetas, ahora, no existen. Los veo a ellos, perfectos y benditos por una musa popera. Son criaturas bellas, que beben vino, que visten bien, que pasean sus reflex por Madrid, Bilbao y Barcelona. Son poetas cosmopolitas, aparentemente rotos, que sus padres enviaron a vivir vidas ajenas. Realmente, nada les pertenece, ni siquiera los libros de sus estanterías. Ni siquiera la voz y el sufrimiento de unos poemas cortos, inútiles, vacíos, llenos de palabras que suenan mal. A sus mentores, el vino les gusta igual, son igual de bellos, aunque más viejos, y su vida se les escapa de los dedos mojando a sus niños con cierta lujuria. Al principio todo parecía un nuevo amanecer. Una ola de innovación y creatividad, la vanguardia. Pero todo es mentira, sólo son decadencia, pero sin la suciedad de la emoción. Son sólo decadencia y apatía, palabras con sonido horrible que duelen por agotamiento, el váter impecable de la primera dama, vómito de jamón y vino. 

Ni los quiero ni los compro, a veces, incluso me dan vergüenza.