21 de mayo de 2013

Sensaciones absurdas de derrota

Hace tiempo que terminé un poemario. Hace tanto, que ahora y sólo ahora soy capaz de corregirlo con cierta honestidad, con cierto sentido crítico. Ya queda poco de lo que escribí ahí, creía. Ya no siento reales las historias que conté. Ni siquiera soy capaz de jactarme de que el poemario está dedicado y esa persona jamás lo sabrá. 

Aunque es cierto que ese poemario está lleno de pequeñas verdades, también hay muchas mentiras. Las verdades son las que cuento, y las mentiras, las que quise contarme a mí misma cuando lo terminé.

Al final se quedó corto. Y lo peor, es que la terapia no fue suficiente. Esos poemas sólo son algunos hijos más, ciegos, como todos. Siguen sin verte los cuernos y el rabo. 

Lo peor de la terapia es que se quedó en un parto de nueve meses y un poema genial. Ahora, ya no me quedan palabras, ni letras que escupir. 

Al fin y al cabo, una ene no sirve para cortarle el cuello a alguien. La venganza es, sencillamente, imposible.


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