11 de marzo de 2011

Pues yo quemaba Roma



Se hace el silencio. Se hace o lo hacemos nosotros. Y miramos con ilusión que oriente despierte. Tememos que quieran callarlos. Porque las puntas del iceberg son eso, puntas. Imaginamos que lo de oriente se nos contagia y nos arreglamos. Que renovamos el gobierno con aviones, como los polacos. Imaginamos que las olas del mediterráneo también mojan nuestros pies. Que no hay mal que cien años dure ni pueblo que lo aguante. Y pasará, porque tiene que pasar, porque estamos aguantando la respiración en un gélido océano. Porque queremos salir a la superficie. Y no sabemos nada de las revoluciones sin armas. No nos dicen nada de responsabilizar a la banca por su mala gestión. No nos dicen nada de que paguen la crisis quienes la produjeron. No nos hablan de Islandia, que existe y se reinventa. Reinventa su constitución y su ética. Pero qué fácil es hacer las cosas a veces. Qué fácil es cuando una muchedumbre ilustrada y/o cansada decide dirigir su vida, y con ella la de su país. Qué fácil es cuando la opresión es obvia. Qué fácil es cuando se es sólo unos pocos y se vive en una isla. Pero qué triste y difícil se nos antoja, cuando quieren venir a enseñarnos, cuando no hay opresión aparente, cuando la economía sumergida mantiene a flote lo que debería hundirse y, por encima de todo, cuando la muchedumbre que debería ponerse en pie supera por poco a la muchedumbre sentada en sus escaños o en sus puestos de administrativo. 

1 comentario:

  1. A ver si me acuerdo de aquella canción. ¿Cómo era? ¡Ah, sí!: Del pasado hay que hacer añicos....

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