Hay poemas que te asaltan de borrachera, de vuelta a casa, cuando el subconsciente está en mitad de una autopista y sale hasta reventarte la corteza prefrontal de ideas que no quieres saber. Y entonces, las palabras se te encajan en el papel para recordártelo a la mañana siguiente, al igual que la resaca:
No me molesto en no mirar
si encuentro un beso
por mi espalda
y pienso en la intimidad
que ofrezco
con el gesto de seguir caminando.
Pero esos besos resuenan,
también,
en los cajones de mi armario,
en todas esas manos que van
y vienen
en una cama improvisada,
en mitad de un salón,
en los brazos que me cuelgan
del bolso, los bolsillos o el abrigo
mientras digo abiertamente
que ahora mismo soy feliz.
El vino es un camino inexistente
a una victoria sin sentido
y el eco de los besos,
per se,
desquicia mi percepción,
deshoja mi realidad,
destruye mi vuelta a casa.
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