Ayer fue un día hermoso y hoy, enlazado al de ayer sigue siéndolo aunque el cuerpo me empiece a temblar de puro cansancio. Me vine a Sevilla a eso de las tres y llegué a las cuatro. Me pasé por mi antiguo piso, saludé y hablé. Y me fui a comprar las entradas del Territorios y me fui a las setas. Vine a ser un pequeño gnomo rodeado de una multitud que casi no recordaba su nombre, que casi se confundía. Caminé hasta el CAAC cenando un bocadillo de jamón y tras caminar y caminar, llegué, llegamos. Y me encontré con mucha gente, me lo pasé muy bien y disfruté de esos pequeños placeres que la vida te reserva para que funciones mejor. Y volví, con Helena, a las cinco de la mañana, a las setas de la Encarnación. A ser un pequeño gnomo que duerme a la intemperie, compartiendo saco y colchón con una amiga y un gran desconocido que me cayó del carajo. Y a despertar, con música en mitad de una ciudad en sábado, con pájaros, con cielo azul y con una buena voluntad que casi da miedo... miedo de perderla.
Tengo que decir que me sobrecogió el llegar a las seis de la mañana a las setas. Todo el mundo durmiendo, algunos paseando, algunos hablando, todos respetando el silencio... Increíble. He escrito dos poemas que tengo que arreglar y eso. Y estos pensamientos no tienen orden, ni nada, pero tenía que sacarlos. Tenía que contaros el magnífico día que ayer viví y que me hizo darme la vuelta dentro de mí misma. Ahora soy infinitamente feliz, por absolutamente nada.
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