No puedo dormir.
No puedo,
siquiera,
intentarlo.
La quietud de una plaza:
el silencio y los ronquidos,
los que pasean
que parece que hacen guardia,
la gente que,
en sueño de piedra,
cambia de postura.
Son terremoto e inundación,
almas haciendo noche en
un polideportivo orgánico.
El testigo de los gritos,
de la sensatez,
contempla orgulloso
el REM de los indignados
y los custodia.
Recuerdo un vigilante azul
incrédulo de cien mendigos
pidiendo sólo, clamando,
declarando, inconscientes,
la honestidad.
Estas baldosas cuadradas
ignoraban por completo
los cuidados de madre
reivindicativos,
jamás imaginaron
la multitud errante
que los anclan a esta
primavera presente y feroz.
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