Pensé que me dabas los buenos días,
que eras la alegría
y no un caballo de Troya
o el fin del mundo.
Sigues siendo el deshielo y las flores,
la manera especial en que
viven y se aman
y se tienen el uno al otro,
el orden y el caos.
Pensé que eras...
Pensé que eras mío.
Sentí que eras de foma
dramática, mítica y deseable.
Y yo, capricho del mundo inexistente,
vìscera terrible y racional,
me hundo de olvido si lloras
y gritas que no soy la vida
o la piedra, el amor
o un rugido a media noche,
la súbita consciencia de que alguien
te lamenta justo ahora.
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